Viaje realizado en agosto de 2002.

En el avión anuncian que vamos a aterrizar en Teherán. Tras el anuncio las mujeres iraníes que habían pasado desapercibidas hasta ese momento (puesto que llevaban el mismo tipo de ropa que nosotros), empiezan a transformarse: se ponen gabardinas y se cubren el pelo con pañuelos. Ante el dicho popular de “donde fueres haz lo que vieres..”, nosotros hacemos lo mismo. Pero nuestras gabardinas no son como las suyas, ya que hemos tenido que buscar en nuestros armarios algo que se les parezca (en mi caso sin mucho éxito). Tras el aterrizaje, pasando el control de pasaportes, un funcionario le indica a una de nuestras compañeras que se coloque bien el pañuelo (parece ser que se ve demasiado cabello). Una vez pasados los trámites de entrada abandonamos el aeropuerto.

Es de noche y la torre Azadi (símbolo de Teherán, construida en 1971 para conmemorar el 2500 aniversario del imperio persa) está iluminada. Tras dejar el equipaje en el hotel, nos vamos a dar una vuelta por la ciudad. A pesar de haber anochecido, las calles por las que paseamos son bulliciosas, me sorprende ver parejas cogidas de la mano (pensaba que las expresiones de afecto estaban prohibidas en los lugares públicos). Esa es una de las primeras y agradables sorpresas del viaje.

Seguimos paseando durante más de una hora y nadie se fija en nosotros. Al día siguiente, salimos a la calle a primera hora de la mañana. El sol ya quema, hace mucho calor. Sin duda, la gabardina y el pañuelo oscuros que he traído de casa no ayudan. Tendré que buscar algo más fresco para el resto del viaje. Nuestra primera visita es el Museo Nacional de Irán o Museo Arqueológico. He esperado esta visita con gran interés. Algunos de los objetos del museo, los había visto años atrás en fotos en los libros de historia. Tablas con escritura cunieiforme, una réplica del código de Hammurabi (el original está en el Museo Británico de Londres) o un tramo de la escalinata de Persépolis son algunas de las piezas que vimos. Una lástima que muchas de las etiquetas estaban sólo el farsí.

A continuación visitamos el museo de vidrio y cerámica, situado en una bella casa de dos plantas, que había sido la antigua embajada de Afganistán. La casa cuenta con un pequeño jardín y a pesar de su nombre, predominan los objetos de cristal en vez de la cerámica.

Nuestra tercera visita es el Museo Nacional de Joyas, situado en el subterráneo del Banco Central. Para entrar hay que pasar diversos controles de seguridad, no se pueden hacer fotos, y cuando alguien se acerca demasiado a alguna de las vitrinas de joyas salta enseguida la alarma y se cierran temporalmente las puertas. Aquí se pueden contemplar entre otras, joyas que lucieron los miembros de la familia del último Sha, una muestra de los excesos de la realeza. Personalmente pienso que esta visita es prescindible.

El último museo que visitamos fue el museo de las alfombras, donde se exhiben alfombras persas procedentes de todas las regiones del país. Se trata de un museo muy interesante si os gustan las alfombras orientales.

Para acabar el día nos dirigimos al Gran Bazar de Teherán. Lamentablemente era hora de cerrar y no pudimos ver la vida en el bazar en plena actividad. No obstante el movimiento de carros, carretas que transportaban mercancías era constante. Es una visita pendiente para otro viaje…

Al final del día había sudado completamente la chaqueta que utilizaba de gabardina y la idea de pasar el resto del viaje con esa ropa tan poco apropiada para el lugar me pareció inaceptable. Nos dirigimos a una de las muchísimas tiendas de gabardinas y allí compré una gabardina de color claro de algodón que llevé durante todo el viaje y que sin duda me fue mejor que el sucedáneo que había traído de casa. Aún conservo la gabardina. Nunca se sabe cuando volveré a necesitarla…